“EL VIAJE MáS IMPORTANTE ES HACIA EL INTERIOR DE UNO MISMO”

Después de jubilarse, Alejandro López se aventuró en un viaje de autodescubrimiento a través del yoga y el ciclismo. Su experiencia se cristalizó en un libro titulado “Pedales, picos y posturas. Relatos de un yogui en bicicleta”.

El próximo martes, en el Gimnasio Moderno, va a presentar su libro “Pedales, picos y posturas. Relatos de un yogui en bicicleta”. Cuéntenos un poco sobre este trabajo.

Este libro está dividido en tres partes. La parte de los pedales, que relata mi viaje en bicicleta entre Atenas y Ámsterdam; la parte de los picos, que es una caminada que hice más o menos de una semana por los Himalayas, y mi experiencia en Yoganga, un centro de estudios del yoga, basado en la tradición Iyengar, donde escribí mis experiencias durante los talleres y las clases. Este libro fue publicado por entregas por El Espectador. Cuento historias familiares y algunos deseos o tristezas que tuve a lo largo de la vida, con cierto sentido del humor. Es un viaje al exterior por los diferentes sitios que recorrí, pero también un viaje al interior de mí mismo.

¿Cuál fue el camino que recorrió para contar esta historia? Es decir, ¿qué lo llevó a escribir este libro?

La primera sección del libro se llama “¿Cómo un burócrata aprendió a rodar, andar y levitar?”. Soy economista, graduado de la Universidad de los Andes, con un doctorado en economía en la Universidad de Londres, trabajé por unos años en el Banco de la República y luego, por 25 años, en el Fondo Monetario Internacional. Una tristeza que siempre me acompañó fue la muerte temprana de mi papá, eso influenció en parte en que tuve épocas de depresión. Fue a partir de un dolor de espalda que empecé a hacer yoga y poco a poco me fui dando cuenta de que era mucho más que eso, y que era algo que lo ayudaba a uno a tener una experiencia y un interés mayor en la espiritualidad. Al mismo tiempo eso me ayudaba a tener un estado de ánimo mucho más equilibrado.

¿Cuánto lleva en este camino del yoga?

Empecé en 2009 de manera ya disciplinada y casi diaria. Antes había tenido algunos intentos, pero no me animaba, es decir, hace 15 años.

¿Y en qué momento sintió ese clic con el yoga?

A la primera clase de 2009 asistí con dolor de espalda. Era muy poco flexible, pero ese día, después de esa clase, me sentí como un títere al que están jalando con unas cuerdas de la cabeza. Y pensé: esta sensación física es increíble. Así me fui interesando cada vez más y empecé a ir a talleres y a seminarios en diferentes partes de Estados Unidos. Luego fui por primera vez a India a hacer yoga, hasta que me conecté con la esfera espiritual.

¿Cuál es el mayor aprendizaje que ha descubierto durante sus viajes?

Diría que el viaje más importante es hacia el interior de uno mismo. A través de estos, uno se da cuenta de lo pequeño que uno es en el universo. Y en últimas también de la banalidad. Más allá de conocer otras culturas, es fundamental tener momentos de recogimiento para dar gracias por la vida y para darse cuenta de que uno es un grano de arena en el mar.

¿Cómo derriba muros mentales?

El yoga puede ayudar, pero también es como cuando uno se va a tirar del trampolín de una piscina: hay que subir al trampolín y no mirar para abajo, sino lanzarse. Seguramente esa situación tiene diferentes matices, pero mis amigos ciclistas, que tienen 70 años, andan mejor que yo, tranquilos, con dolores de rodilla y de espalda. Es decir, creo que todo el mundo puede, solo es necesario un poco de disciplina.

¿El camino le ha dado mentores?

Del colegio, el profesor que más recuerdo y que fue la persona que hizo el prólogo del libro, se llama Pompilio Irigarte. Él me enseñó el gusto por escribir. Armando Montenegro me influyó mucho en la parte de economía. En el ciclismo, Carlos Molina, que también vive en Washington y fue viceministro de Educación. Tiene casi 68 años y es un gran ciclista y amigo. Mis profesores de yoga. Y, por último, mis papás de reemplazo: David Restrepo, Francisco José Ortega y Alberto del Corral, personas que me han influido a lo largo de la vida.

¿Cuál fue su parte favorita del proceso de escribir este libro?

Lo más interesante de escribirlo es que es el diario de un viajero. Por tal razón, escribía todos los días. Uno de los detalles del libro es que se escribió prácticamente todo en mi teléfono celular. Cuando terminaba cada etapa me dirigía a escribir los relatos para El Espectador. Luego de horas en bicicleta o de horas de caminar, me iba a escribir y me la gozaba. Además de contar por dónde pasaba, qué catedral me gustaba, me pareció importante contar experiencias personales, entre ellas dificultades, esa parte de desnudarme ante el mundo me satisfizo.

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