TORRE DE TOKIO: SEPTIEMBRE TELúRICO

Columna para acercar a los hispanohablantes a la cultura japonesa.

Desde hace siglos los japoneses dejaron de atribuir los desastres naturales a un castigo divino y hoy expresan sus respetos a las fuerzas indómitas de la madre tierra participando cada 1 de septiembre en un simulacro de terremoto. (Recomendamos más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).

En memoria de los 140 mil fallecidos en el seísmo de magnitud 7,9 ocurrido ese día de 1923 en Tokyo y Yokohama, escuelas, empresas e instituciones convocan maniobras para que los ciudadanos repasen normas básicas de salvamento, como apagar el fuego de la cocina, reunir a los menores y resguardarse debajo de una mesa.

También se confirma, el contenido de la mochila con comidas en conserva, agua, útiles de higiene y linterna que todo hogar y oficina suele tener preparada en un lugar seguro. En los grandes edificios se verifican las salidas de emergencia, el estado de los extintores y la logística para moverse en caso de evacuación.

En algunos barrios, los bomberos pasean una habitación portátil cuyo suelo se sacude con intensidades graduadas y, como si fuera una atracción de feria, ofrecen la oportunidad de entrar y experimentar gratis los peores terremotos de la historia de este movido archipiélago.

Situados en el Cinturón de fuego del Pacífico, un arco geográfico de constantes tensiones telúricas que hermana naciones en Asia, América y Oceanía, los japoneses solían achacar los terremotos a la retribución de sus dioses por su mala conducta.

Se citaba el concepto budista del karma, según el cual las malas acciones son la razón de las tragedias, mientras que las buenas acciones brindan protección.

Hoy los frecuentes terremotos recuerdan lo efímero de la existencia y han inculcado una capacidad estoica para arremangarse y reconstruir casas y carreteras una vez han amainado las sacudidas, el tsunami ha terminado con su devastación y el volcán ha vuelto a su engañoso reposo.

Aún así, tras la triple tragedia de marzo de 2011, recordada por el accidente nuclear de Fukushima, el entonces alcalde de Tokio, el ya fallecido Shintaro Ishihara, aseguró que el tsunami había sido un castigo divino por el egoísmo de sus paisanos. Los familiares de las víctimas clamaron indignados y el político se tuvo que retractar en público de su comentario.

La anacrónica metedura de pata fue actualizada, y superada, por el presentador de la cadena estadounidense CNBC, Larry Kudlow quien al vaticinar un leve impacto del desastre japonés en los mercados financieros de su país afirmó: “El costo humano (del tsunami) parece ser mucho peor que el costo económico, y podemos estar agradecidos por eso”.

Aunque también se arrepintió en Twitter, Kudlow recordó, sin que hiciera falta, los valores prioritarios del mundo capitalista condensados en la americana frase: “Es la economía, estúpido”.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

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