EL FORMIDABLE TREN SUIZO QUE LLEGA A LA ESTACIóN MáS ALTA DE EUROPA

Si Suiza, casi por definición, es un compendio de proezas constructivas que permiten al viajero hollar las cumbres más agreste y panorámicas; el tren de la Jungfrau es su máximo hito. Pese a recorrer una corta distancia -menos de 10 kilómetros- esta línea ferroviaria logra salvar un desnivel de 1.600 metros, llegando hasta una altitud de 3.454 metros, lo que convierte a la estación de Jungfraujoch en la más elevada del Viejo Continente.

Pero esta proeza empieza un poco más abajo. En concreto, en la nueva terminal de Grindelwald, donde deja el tren regular y empieza un trayecto casi cinematográfico. Y es que, pese a que esta localidad lleva años intentando homogeneizar su estética promoviendo los chalets de madera, no oculta las grandes inversiones hoteleras y de servicio realizadas por el turismo. De hecho, esta estación, a pestañeos, parece ser una escena urbana de Tokio, Nueva York o Nueva Deli.

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Abierta en 2020, su principal función es la de guiar a los viajeros hasta el Eiger Express, el flamante telecabina que conduce hasta Eigergletscher en poco más de 15 minutos, ahorrando al viajero 47 minutos. Pero, más allá de su calefacción, de su velocidad y de su comodidad, lo que permite este trayecto es mirar a los ojos a la cara norte del Eiger, la cumbre más temida por los escaladores por su dificultad y su historial de accidentes. No en vano, hasta 1938 no fue conquistada por cuatro escaladores afines a un Tercer Reich que veía en este desafío un empujón a los espíritus nacionalistas. Pero, más allá de la épica, la belleza de este gigante de piedra hipnotiza hasta al menos cramponero de los viajeros.

La llegada a la parada Eigergletscher supone cambiar de siglo y de transporte. Frente al glaciar del Mönch se encuentra esta estación del tren que asciende hasta la Jungfrau, probablemente el mayor delirio jamás realizado por un suizo en post de conquistar los Alpes. El responsable de ello fue Adolf Guyer-Zeller un pionero que, como buen helvético, tuvo que fundar un banco para financiar esta impresionante obra.

 

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Pero, para comprender mejor este desvarío, hay que remontarse a finales del siglo XIX, cuando Suiza era el mayor capricho de los magnates europeos. La bonanza económica provocada por la revolución industrial trajo consigo un turismo de lujo que, además de dinero, tenía tiempo. Por eso era necesario ofrecer a estas carteras algo más que paisajes apabullantes. Había que hacerlos accesibles.

 

Tras décadas horadando la solidez del Eiger y serpenteando por sus entrañas, en 1912 se inauguró el que sigue siendo el tren cremallera más largo del mundo con 9,34 kilómetros. Y, por supuesto, la que ostenta el título de ser la estación más alta de Europa: la de la Junfrajoch. A este final de línea se llega tras un intenso traqueteo por túneles que solo tiene una parada, Eismeer, a 3.000 metros, donde una ventana exhibe la majestuosidad del glaciar que el Eiger esconde en su cara sur. Tras unos minutos observando este blanco hipnótico, la locomotora se pone en marcha rumbo a la estación de Jungfraujoch.

 

Horadada justo bajo la cresta que une los picos Mönch y Jungfrau, esta estación es una enorme cavidad desde la que se dispara el ascensor más rápido del país. Con una velocidad de 6,3 metros por segundo, el trayecto se realiza en un abrir y cerrar de ojos hasta llegar al observatorio Sphinx. Su ubicación es un prodigio en equilibrio entre las dos vertientes de la cordillera, pero también una corrección a tiempo. El objetivo de Adolf Guyer-Zeller era llevar las vías hasta justo debajo del pico Jungfrau, desde donde partiría el montacargas. La incertidumbre provocada por el retroceso de los glaciares y el coste presupuestario frenaron esta utopía, dejando como regalo un mirador sobrecogedor.

 

Desde arriba, el formidable glaciar Aletsch se muestra en todo su esplendor como una lengua blanca que serpentea entre cumbres. Su monocromía hace que sea difícil calcular las distancias, como si todo estuviera a golpe de crampón desde esta prominente pasarela. Solo los alpinistas más aventajados que, cordados, avanzan sobre el hilo permiten recuperar la perspectiva: ante esa inmensidad, el hombre es diminuto y frágil.

 

Desde esta instalación parten numerosos senderos que desafían a los montañeros, como el que llega hasta la famosa Plaza de la Concordia, lugar donde las vertientes del Aletschfirn, el Jungfraufirn, el Ewigschneefäld y el Grüneggfirn se juntan y que exige varios días de travesía. Más asequible es la excursión que llega hasta el refugio del Mönch, de 4 kilómetros de extensión y que se puede realizar en un mismo día. Para el público llano se le reserva un par de caminos asegurados para que no regrese a casa sin haber dejado su huella en la nieve.

  

Pero subir al Sphinx también tiene su dosis exotismo. El aumento de tensión militar entre Paquistán y la India en los últimos lustros ha obligado a Bollywood a trasladar sus localizaciones más montañosas a este rincón de los Alpes. La consecuencia ha sido un boom del turismo cinéfilo rumbo a esta coordenada, lo que ha obligado incluso a abrir un restaurante de comida india en las instalaciones del mirador. Aquí no falta ni una tienda de chocolates Lindt ni una boutique de relojes -ambas con el hito de ser las más altas de Europa- donde se venden diseños de edición limitada. Incluso cuenta con una destilería de whisky cuya calidad es notable.

 

La visita a este hito se completa con varios espacios temáticos entre los que destaca el Palacio de Hielo, un recorrido esculpido bajo el glaciar con esculturas de hielo de lo más pop. De vuelta a Grindelwald, la parada intermedia en Eigergletscher permite caminar unos minutos hasta el borde del glaciar del Mönch o, incluso, animarse a bajar andando hasta esta localidad. Otra alternativa para alargar la estancia aquí es ascender hasta el complejo de Grindelwald First, donde una pasarela elevada sobre el abismo y una excursión hasta el lago Bachalpsee sirve como colofón a este cara a cara con los Alpes berneses.

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